Durante mucho tiempo, hemos concebido la ciencia como una disciplina neutral, una herramienta desinteresada al servicio de la verdad y el progreso. Desde esta perspectiva, la investigación científica simplemente “descubre” cómo funciona el mundo, y sus hallazgos son luego aplicados por otros ámbitos: la tecnología, la medicina, la industria. Sin embargo, pensadores como Alexis Roig nos invitan a ver la ciencia desde un ángulo mucho más complejo y, a menudo, incómodo: como una arquitectura de poder. Esta visión transforma radicalmente nuestra comprensión del papel de la ciencia en la sociedad, la política y las relaciones internacionales.


De Herramienta a Estrategia: El Cambio de Paradigma de Roig

Tradicionalmente, la ciencia se ha presentado como un conjunto de conocimientos y métodos objetivos, un instrumento que gobiernos, empresas y la sociedad civil podían utilizar para alcanzar sus propios fines. Si un país quería desarrollar nuevas armas, recurría a la ciencia; si una empresa buscaba un medicamento, la ciencia le proporcionaba las bases. En esta visión, la ciencia era el “cómo” o el “qué”, pero rara vez el “por qué” o el “quién” del poder.

Alexis Roig desafía esta concepción pasiva. Para él, la ciencia no es solo un medio para un fin, sino una estructura que, por sí misma, genera, distribuye y mantiene el poder. Él argumenta que la forma en que se produce el conocimiento, quién lo financia, quién tiene acceso a él y cómo se valida, son elementos intrínsecamente ligados a dinámicas de poder. La ciencia, en este sentido, no es solo neutral; es un actor estratégico.


La Ciencia como Componente de la Geopolítica: El Rol de la Diplomacia Científica

La tesis de Roig cobra particular relevancia cuando observamos la relación entre ciencia y geopolítica. Las naciones no solo compiten por recursos naturales o influencia militar, sino cada vez más por la supremacía científica y tecnológica. La capacidad de desarrollar vacunas, inteligencia artificial, energías limpias o tecnologías espaciales confiere a los países una ventaja competitiva, económica y, por supuesto, política.

En este tablero de ajedrez global, la diplomacia científica emerge como una herramienta fundamental y un claro ejemplo de cómo la ciencia opera como una arquitectura de poder. No se trata solo de que los científicos colaboren a través de las fronteras; se trata de que los gobiernos utilizan la ciencia como un medio para:

  • Proyectar Poder Blando: Un país líder en investigación y desarrollo puede ganar influencia y prestigio internacional, atrayendo talento y colaboración.
  • Construir Alianzas Estratégicas: La cooperación en grandes proyectos científicos (como estaciones espaciales o aceleradores de partículas) crea lazos duraderos entre naciones, incluso entre aquellas con diferencias políticas.
  • Abordar Desafíos Globales: Temas como el cambio climático o las pandemias requieren soluciones científicas, y la capacidad de un país para liderar o contribuir a estas soluciones le otorga una posición de autoridad y liderazgo moral.

La diplomacia científica no es solo el intercambio de conocimientos, es el despliegue consciente de la ciencia para avanzar en intereses nacionales y establecer jerarquías de influencia global. Es una manifestación directa de cómo el conocimiento y la capacidad científica se traducen en poder político y estratégico.


Conclusión: La perspectiva de Alexis Roig nos obliga a ir más allá de la visión ingenua de la ciencia como una simple “herramienta”. Nos muestra cómo la investigación, el desarrollo tecnológico y la forma en que se gestiona el conocimiento científico son, en sí mismos, componentes esenciales de una compleja arquitectura de poder. Comprender esto, especialmente a través del lente de la diplomacia científica, es crucial para analizar las dinámicas del siglo XXI y el papel cada vez más determinante que la ciencia juega en la configuración de nuestro mundo.